jueves, 15 de abril de 2010

Quien no arriesga no gana. Te dicen eso y te rompen el mundo en dos. Porque sabes que tienen razón, pero no sabes cómo afrontarlo. Y es que es verdad, quien no juega a la lotería, nunca se hará millonario gracias a ella, quien no se presenta a un exámen jamás lo aprobará, quien no entiende una mirada, jamás comprenderá una explicación.
Pasan las horas, los días, las semanas. Creces y te vas dando cuenta de que la vida no es el juego que imaginabas. Que la vida no es
tan fácil y tan bonita como la esperabas, que la mitad de las cosas que tienes que hacer ni siquiera te gustan. Pero llega ese pequeño momento que lo compensa todo, y entonces tu vida vuelve a ser tan bonita como lo era antes. O eso piensas.
Pero esos pequeños momentos no duran toda la vida, nadie te ha prometido una eternidad de pequeños momentos, y mucho menos alguien pasajero en tu vida, como lo han sido tantas personas que pensaste que no perderías nunca.
Te paras a pensar, das un repaso a tu vida. ¿De verdad ésto es lo que querías? ¿es suficiente lo que tienes para ser feliz el resto de tu vida? Obviamente no. Es más, creo que nunca se es del todo feliz, siempre nos falta algo, pero se puede vivir muy agusto en determinadas circunstancias. Nos encontramos ahora ante el problema de encontrar las circunstancias adecuadas. Creo que es el mayor quebradero de cabeza, que muchos no saben ni lo que quieren. Y otros, aún teniendo lo que les haría felices, no saben apreciarlo y, simplemente, lo dejan escapar.
A veces nos cegamos tanto en nuestros problemas que ni siquiera nos damos cuenta de que estamos rodeados de gente intentando resolver lo mismo que nosotros. A lo mejor solo hace falta pedir un poquito de ayuda a los demás y dejar el orgullo aparcado en el garaje.
Y todo ésto ¿a cuenta de qué? a cuenta de nada. O quizás sí. A cuenta de lo que alguien me dijo esta tarde,
el que no arriesga no gana, pero el miedo al fracaso puede más que cualquier otra cosa, puede más incluso que las ganas de resolver todo ésto de una vez y ser feliz (o infeliz) para el resto de mi vida.