martes, 17 de agosto de 2010

A los diez años la vida es un cuento previsible, los malos son feos, infelices y terminan mal; los buenos son lindos, felices y comen perdices. También es un juego donde los hijos son muñecos o peluches, una juega a la mamá, al ama de casa. Qué distinto cuando vemos que la vida no se ajusta a ese juego infantil. No, la vida es otra cosa. La diferencia entre malos y buenos es más sutil que una cara bonita y un final feliz; la verdadera lucha entre el bien y el mal ocurre cada día en nuestro interior. Uno crece y el juego se vuelve más serio. Ay, quién pudiera vivir cantando como un chico. Ay, quién pudiera eternizar el juego, vivir por siempre en un cuento de hadas; Ay, quién pudiera ser por siempre chiquitita.